martes, 31 de enero de 2012

Los peligros del pensamiento colectivo

Esto ya lo demostró Orson Welles en su guerra de los mundos. Es fácil manipular a la gente hasta el punto de llevarla a la histeria colectiva ante un hecho del que nadie fue testigo, entre otras cosas, porqué no sucedió.
En el ejercito lo primero que se hace es anular cualquier pensamiento individual, para sustituirlo por uno único y compartido. Se trata de no hacerse preguntas, solo de obedecer, por muchas humillaciones que sufran.
Ahora bien, esto sucede también entre el pueblo llano. En los días previos a la invasión soviética de Berlin, los ciudadanos tenían muy claro que antes de caer en manos de los soldados rojos, la opción más humana iba a ser el suicidio. Cualquier cosa antes de caer en manos de aquellos seres inhumanos que les torturarían, les vejarían y les harían mil diabluras. Un superviviente explicó fascinado tras ser capturado por los soviéticos, que no solo eran personas normales, si no que además le habían dispensado un trato muy humano y cordial.
La única manera de que el 1% domine al 99% es anulando el pensamiento individual, con el que todos nacemos, y sustituirlo por uno colectivo. La iglesia lo usó durante siglos. Dios y el paraíso era el pensamiento colectivo. El Diablo y el infierno, las consecuencias de querer apartarse e intentar pensar por uno mismo.
En la política y en la sociedad actual sucede lo mismo. Si uno se sentara a ver que películas y series ven nuestros hijos comprobaría que todo gira en torno a una idea. Solo eres productivo y rentable para esta sociedad si cumples los siguientes objetivos. Casarte, trabajo y vivienda. Es lógico que todos aspiremos a eso, pero no por adaptación, si no por supervivencia e independencia. Sin embargo, si con 35 años (sin contar en estos años de crisis) no se tienen las tres cosas pareces discriminado. Si no estas casado eres raro, si vives con los padres un malcriado y si no trabajas, un vago. Entre nosotros nos juzgamos.
Ahora salimos a la calle para evitar desahucios, pero se podría haber salido a la calle mucho antes, cuando los precios de la vivienda comenzaban a ser abusivos. Estábamos tan obsesionados en conseguir vivienda fuese como fuese que estábamos dispuestos a aceptar cualquier condición. Porque son los valores inculcados casi desde niños. Estamos dispuestos a cualquier cosa por no salirnos del camino marcado. No obstante, hace siete u ocho años se podría haber desinflado la burbuja si durante simplemente un año, nadie hubiera comprado una sola vivienda. Los precios habrían bajado y nadie estaría perdiendo sus hogares.
Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, no por estúpidos, si no por seguir las directrices de lo que se supone era lo correcto. Y en base a eso las alimañas se han enriquecido.
La política es lo mismo. Dominarnos a todos con ideas colectivas que no nos dejan ver el horizonte.
Si nosotros somos la jauría de perros, el hueso es ese concepto colectivo de control. Cuando los que nos gobiernan quieren comerse a gusto el chorizo, tiran el hueso, nos matamos por él, y nadie les molesta en su banquete. Ellos comen y se enriquecen y nosotros pasamos hambre y penurias. Eso sí, buscamos responsables de nuestra situación y les miramos a ellos, cuando tal vez nuestra pasividad para dejarnos controlar, sea la verdadera causa. El pensamiento individual debería prevalecer para evitar el problema, no usarlo para solucionarlo. Entonces ya no dependemos de nosotros mismos. Si el 99% dependemos del 1%, la culpa es del 99%.
En una sociedad sin valores, donde solo somos solidarios cuando nuestra situación es precaria, estamos condenados al desastre.
El año pasado una ONG que manda alimentos al tercer mundo, recibió el doble de aporte por parte de la sociedad que años anteriores. A la pregunta de como era eso posible, cuando estábamos sufriendo una situación tan dura nosotros mismos, la respuesta fue: Cuando nosotros lo pasamos mal, nos solidarizamos con los que lo pasan peor.
Esa no es la solución. Debemos pensar por nosotros mismos siempre, no dejarnos llevar por una idea colectiva en años de bonanza, y ser ideológicos en tiempos duros. El pensamiento colectivo enseña a discriminar al que no piensa igual. Es necesario destruirlo para ser libres de verdad.



    

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