jueves, 16 de febrero de 2012

La indignidad de ser trabajador

Si nuestros bisabuelos levantaran la cabeza seguramente tendrían problemas para creer que un siglo después las circunstancias del trabajador sean tan parecidas respecto a sus patrones.
Aquellos que vivieron la gran crisis que asoló el mundo a comienzos del siglo XX, aquellos primeros sindicalistas, los anarquistas de la época..., ninguno alcanzaría a entender como más de cien años después, no solo no se ha avanzado, si no que a duras penas las cosas están prácticamente igual.

No es nuevo que las crisis las generen los de arriba y las paguen los de abajo, pero en los últimos años hubo un esfuerzo en disimular algo esta tendencia, en fingir que no era del todo cierto. tal vez porque los problemas económicos no eran del todo serios.
Con la crisis actual no valen las medias tintas, no hay tiempo para disimular. Tienen que sufrirla los de siempre. Si o si.

Las condiciones laborales del trabajador siempre han sido relativamente precarias. No obstante, en los últimos años había habido un ligero equilibrio que permitía una cierta dignidad al trabajador. La mínima seguridad que toda persona necesita para no ir con miedo al trabajo, para poder disfrutar con calma de las horas de ocio, porque aún llegando justos a final de mes, no solo se llegaba si no que además estaba el orgullo de trabajar dignamente.

El que no tiene trabajo, el que ve la posibilidad de perder la casa, el coche y todo aquello por lo que ha luchado, vive una situación muy dura y desesperante. No se duerme, no se come, no se vive; pero hasta hace poco aún existía la esperanza de encontrar antes o después un trabajo que condujera a las aguas de nuevo por su cauce.
Esto se acabó, tanto para el parado como para el que aún conserva el trabajo. El robo de poder a los sindicatos y la libertad dada al empresario, más las nuevas condiciones laborales, vuelven a poner las cadenas alrededor del cuello del trabajador y le sitúa en una situación de precariedad absoluta. Con esta reforma el trabajador puede tener la sensación de que cada día puede ser el último. Que mañana puede ser despedido, casi sin indemnización, sin apenas posibilidad de defensa y por unos motivos que bien pueden ser ajenos a él. Por que el mal funcionamiento de una empresa, sus pérdidas o escasos beneficios, rara vez son culpa del obrero, si no más bien de la mala gestión de los empresarios.

Ahora el trabajador sentirá cada día la amenaza de un ERE, de que nada de lo que tiene es seguro, que todo lo puede perder en cualquier momento. Esto es simplemente indignante. Es sencillamente una esclavitud encubierta. Un robo casi total de los derechos mínimos de un trabajador. Que ahora, como el soldado que va a la guerra, tendrá la sensación de que cada día puede ser el último. Y eso, no es vida. Lo único que tenía el obrero era su derecho a un trabajo digno y a una vida digna. Esto, ahora, está en peligro de desaparecer.



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